miércoles, 23 de marzo de 2011

Bienvenue à Clownland

Todos estaban ahí o por lo menos parecía que estaban todos. El aire era denso, el alboroto como de costumbre, la algarabía peor. Al parecer si estaban todos. Y reían, hablaban, se interrumpían, se callaban y volvían a retomar. Uno se paraba en la silla, el otro brincaba, unos miraban e intentaban saltar, otros imitaban, unos cuantos lloraban pero aun así el maquillaje permanecía intacto, esa gran mancha roja que formaba una sonrisa tan falsa como el exterior intentaba opacar sin necesidad alguna todo ese rostro, como los demás el espacio y la atención. Las lágrimas caían, la sonrisa permanecía. La verdadera relación del interior y su antagonista.

Y mientras unos lloraban los que habían podido saltar o pararse en la silla esperaban atentos el momento en que las lagrimas intentaran dar señas de cesar, para así cambiar los trucos de flores por grandes y largos filos que transformarían esa tinta de la nariz en una de un color similar pero imborrable, porque al fin al cabo hasta en la tierra de los circos, donde abundan estos seres la amenaza es latente y la competencia constante.

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