Andrea ha corroborado lo que quien estaba antes de ella me había insinuado, muy sutil. No sé sí sea así, he intentado en varias ocasiones realizar una lectura propia, meterme en mi, en mi interior, verme como soy, no lo logro. Trato de ver que tan símiles fueron las relaciones, para ver si es algo que ha sucedido. He intentado, no lo he logrado, no es que no haya podido distinguir algo en especial, es que no he logrado revisar en mi qué es lo que pasa. No creo en los psicólogos ni en los libros de autoayuda, mas creo en la introspección personal de libre decisión no inducida por un tercero, de maneras tan distantes pero tan relacionadas.
Tengo un llavero, es una boca, grande, roja, pero sin la lengua afuera, ésta guarda silencio y expresión alguna. Fue uno de los regalos de Tatiana. Psicóloga fracasada, pero no por ser mala en su profesión sino por el mal que achaca a la sociedad y la falta de las oportunidades que hay en ésta nuestra patria, que le tocó reinventarse, cambiar los libros por la batidora y los textos de Freud por las recetas de su mamá. Empezó a hacer y a vender comida, eso sí a los habitantes de ésta patria, el apetito aún no se les ha perdido. Me ofreció sus productos antes de abrir el negocio, eran muy buenos, de lo contrario no hubiera aceptado y mucho menos hubiera inaugurado con ellos. Un café dio paso a un exquisito tiramisú inundado en alcohol y fuerte tostión, con exceso de amaretto y café, fuerte, como los amo, acompañado con un cigarrillo (en ese entonces no los guardaba para no caer en tentación y con ella, cómo dejarlos. ¿tentación que se superó?), luego del primer cigarro un trago de amaretto con unas gotas de naranja (jugo, zumo), qué combinación, combinación que compartíamos, combinación de la que surgió una relación muy bonita y tormentosa, lo primero al parecer sólo lo creía yo, creo, lo segundo ella y luego me lo transmitió, pero un tormento sin tormenta, un tormento que guardaba la calma y era apaciguado por mí, un peor tormento decía ella. De todas las cosas que me obsequió, materiales, quise guardar el llavero, lo demás lo quemé, al igual que hice con lo de Andrea. El llavero como recuerdo de lo que ella me dio a entender como conclusión de cierre a la relación, mi silencio ante lo que pasaba, cómo me dejaba llevar por la vida, que reflejaba (sentimental y emocionalmente) más con el último pedazo del tiramisú y el primer sorbo del amaretto o espresso que con los problemas que ella suscitaba y con las peleas que surgían. “La relación estaba destinada al fracaso” eso lo dijo (¡que cliché!), cuando la mató, era una mezcla de sexo con negocio. Sexo y dinero. Que no habían sentimientos involucrados que no compartíamos nada más, que yo no me, ni se lo permitía, que no exponía nada y demostraba lo mismo. Quizá ella quería un cliente por partida doble. La relación duró más de lo que ella pensó, como 32 semanas. El llavero está por ahí, sé que lo conservé.
El cigarrillo que no me fumo, por la vida que supuestamente vivo a conformidad y deseo prolongar. El llavero que calla quien soy pero que refleja la nada, el vacío que me achaca y que se vive cuando comparto, lo mismo.
Andrea dedicada al negocio desde hacía ya un buen rato, llegó al igual que Laura, cuando no la estaba buscando pero la necesitaba, a ella o a alguien que reemplazara, solamente en el negocio, pero que luego se incrustó y se aposentó el sillón vacío de mi gran interior, lo dijo, pero no se sí sea así, tanta repetición así sea falsa, quizá pueda generar una verdad o simplemente un tema de apropiación. Fue algo más simple, esta vez no había Tiramisú ni café. Sólo alcohol, puro y removedor de conciencias y apaciguador de verdades, de la realidad. El aguardiente del valle su pasión estimulante, lo compartíamos pero a mí me quema, me quemaba, sensación pasada superada por la constancia y la circunstancia. Encontró en mí un resguardo y un apoyo, o así quise verme, ahora me pregunto si lo fui. Su hijo un factor importante en su vida, pero el estar sola hacia que se sintiera frágil ante esa, supuesta relación incondicional y amorosa. Luchadora, posesiva, frágil. Dos meses, quizás un poco más, algunas pequeñeces otorgadas con algún valor no material quemadas, fuego del que se salvó un lapicero, me lo dio sin mina, aún esta vacío, gota de más en la tinta que manchó la relación por fuera de la hoja, cuando lo sacó en cara el día que antepuso la relación ante la búsqueda de la experiencia de su vida y de cómo enfrentarse a ella.
Silencio y vacío rondan mi ser en un intento de cuestionamiento, auto. Ambos han salido de las dos últimas relaciones o intento de éstas, de las anteriores guardo los recuerdos a los que miraba como superiores que algo material con un significado, alguno, trascendental.
No soy amante de guardar cosas que no necesito, ahora lo que guardo me intenta reflejar la exploración, de qué, de quién. Cuestionamiento que antes no tenía cabida y que si continúo igual no creo que futuro vaya a tener. Afrontar o conocer, buscar.
Tengo un llavero, es una boca, grande, roja, pero sin la lengua afuera, ésta guarda silencio y expresión alguna. Fue uno de los regalos de Tatiana. Psicóloga fracasada, pero no por ser mala en su profesión sino por el mal que achaca a la sociedad y la falta de las oportunidades que hay en ésta nuestra patria, que le tocó reinventarse, cambiar los libros por la batidora y los textos de Freud por las recetas de su mamá. Empezó a hacer y a vender comida, eso sí a los habitantes de ésta patria, el apetito aún no se les ha perdido. Me ofreció sus productos antes de abrir el negocio, eran muy buenos, de lo contrario no hubiera aceptado y mucho menos hubiera inaugurado con ellos. Un café dio paso a un exquisito tiramisú inundado en alcohol y fuerte tostión, con exceso de amaretto y café, fuerte, como los amo, acompañado con un cigarrillo (en ese entonces no los guardaba para no caer en tentación y con ella, cómo dejarlos. ¿tentación que se superó?), luego del primer cigarro un trago de amaretto con unas gotas de naranja (jugo, zumo), qué combinación, combinación que compartíamos, combinación de la que surgió una relación muy bonita y tormentosa, lo primero al parecer sólo lo creía yo, creo, lo segundo ella y luego me lo transmitió, pero un tormento sin tormenta, un tormento que guardaba la calma y era apaciguado por mí, un peor tormento decía ella. De todas las cosas que me obsequió, materiales, quise guardar el llavero, lo demás lo quemé, al igual que hice con lo de Andrea. El llavero como recuerdo de lo que ella me dio a entender como conclusión de cierre a la relación, mi silencio ante lo que pasaba, cómo me dejaba llevar por la vida, que reflejaba (sentimental y emocionalmente) más con el último pedazo del tiramisú y el primer sorbo del amaretto o espresso que con los problemas que ella suscitaba y con las peleas que surgían. “La relación estaba destinada al fracaso” eso lo dijo (¡que cliché!), cuando la mató, era una mezcla de sexo con negocio. Sexo y dinero. Que no habían sentimientos involucrados que no compartíamos nada más, que yo no me, ni se lo permitía, que no exponía nada y demostraba lo mismo. Quizá ella quería un cliente por partida doble. La relación duró más de lo que ella pensó, como 32 semanas. El llavero está por ahí, sé que lo conservé.
El cigarrillo que no me fumo, por la vida que supuestamente vivo a conformidad y deseo prolongar. El llavero que calla quien soy pero que refleja la nada, el vacío que me achaca y que se vive cuando comparto, lo mismo.
Andrea dedicada al negocio desde hacía ya un buen rato, llegó al igual que Laura, cuando no la estaba buscando pero la necesitaba, a ella o a alguien que reemplazara, solamente en el negocio, pero que luego se incrustó y se aposentó el sillón vacío de mi gran interior, lo dijo, pero no se sí sea así, tanta repetición así sea falsa, quizá pueda generar una verdad o simplemente un tema de apropiación. Fue algo más simple, esta vez no había Tiramisú ni café. Sólo alcohol, puro y removedor de conciencias y apaciguador de verdades, de la realidad. El aguardiente del valle su pasión estimulante, lo compartíamos pero a mí me quema, me quemaba, sensación pasada superada por la constancia y la circunstancia. Encontró en mí un resguardo y un apoyo, o así quise verme, ahora me pregunto si lo fui. Su hijo un factor importante en su vida, pero el estar sola hacia que se sintiera frágil ante esa, supuesta relación incondicional y amorosa. Luchadora, posesiva, frágil. Dos meses, quizás un poco más, algunas pequeñeces otorgadas con algún valor no material quemadas, fuego del que se salvó un lapicero, me lo dio sin mina, aún esta vacío, gota de más en la tinta que manchó la relación por fuera de la hoja, cuando lo sacó en cara el día que antepuso la relación ante la búsqueda de la experiencia de su vida y de cómo enfrentarse a ella.
Silencio y vacío rondan mi ser en un intento de cuestionamiento, auto. Ambos han salido de las dos últimas relaciones o intento de éstas, de las anteriores guardo los recuerdos a los que miraba como superiores que algo material con un significado, alguno, trascendental.
No soy amante de guardar cosas que no necesito, ahora lo que guardo me intenta reflejar la exploración, de qué, de quién. Cuestionamiento que antes no tenía cabida y que si continúo igual no creo que futuro vaya a tener. Afrontar o conocer, buscar.
Qué pena por tantas vueltas del minutero en el reloj y por lo días arrancados del calendario.
ResponderEliminarSigue siendo tan impenetrable Ezequiel, que aún no me atrevo a decir muchas cosas más. La primera parte me recordó una película que acabo de ver, te la recomiendo: http://www.filmaffinity.com/es/film519355.html
ResponderEliminar